domingo, 9 de diciembre de 2012



























Adriana es una fotógrafa documentalista por excelencia, una ensayista que logra profundizar hasta las raíces en todos los temas que aborda, puesto que sus fotos no solamente muestran sino que explican los sucesos y personajes. Los temas de sus fotos no son sujetos desprovistos o ajenos, sino que infunden la sensación de cosas vividas. 

Comenzó sus estudios de fotografía en 1979 en la Escuela de Avellaneda y en 1982 ingresó en el diario La Voz, llevada por el “Negro” Oscar Paglilla, quien de entrada creyó en ella y la presentaba dando por descontado todo el talento que comenzó a mostrar ya en sus primeras fotos. Su transitar por la Agencia Diarios y Noticias (DyN) y finalmente por Página 12, la mostraron como una fotógrafa sólida que encaraba cada reportaje con solvencia y compromiso. Hoy, es representada por la agencia francesa Vu.

No fue la primera mujer reportera gráfica del país, pero estuvo junto a ese puñado de jóvenes fotógrafos que marcó en profundidad al fotoperiodismo de los años ochenta, distinguiéndose por sus trabajos de largo aliento encarados por su iniciativa, robándoles horas al sueño y a los descansos. 

La cuestión de la mujer en la marginalidad y el desamparo, como parte de lo que hace a los derechos humanos y éstos, en un contexto social más amplio, han sido los ejes de toda su obra. 

“Hospital Infanto–Juvenil” (1986-1988)”Madres adolescentes” (1988-90), “Mujeres presas” (1991-92), “Madres e hijas” (1995-98) son títulos referenciales de una identidad conceptual que nos remite al mejor documentalismo social y que, al mismo tiempo, reivindican los postulados de Lewis Hine, el padre de esta corriente de la fotografía. 

Pero, a diferencia de otros fotógrafos que abordaron los temas sociales, Adriana Lestido genera con sus retratados una empatía que se expresa en todo aquello que rodea cada imagen. 

Dorothea Lange, la gran fotógrafa norteamericana de la U.S. Farm Security Administration en la década del ’30 es en cierta medida un referente para darle un contexto histórico a su obra puesto que en la Argentina no tiene muchos precedentes (igualmente, viene a la memoria “Humanario” de Sara Facio, Alicia D’Amico y Julio Cortázar). Sin embargo, a la Lange no le interesaban tanto las personas sino lo que podía obtener a través de su representación. Adriana, en cambio, no separa lo uno de lo otro. 

Flavia Costa, cuando comenta en Clarín el ensayo sobre “Madres e hijas” en oportunidad de la muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes y de la presentación del libro por La Azotea, recoge su testimonio: “Intento que la cámara interfiera lo menos posible —explica Lestido—, que la experiencia se parezca a la mirada: trabajo con una cámara chiquita, con luz ambiente, lente normal. Si pudiera no estar, lo haría”. 

Una de las madres que es protagonista en ese ensayo, Marta Dillon, dice en el libro: “Adriana observa a las madres con ojos de hija”. 

Respecto a su ensayo sobre las madres presas con sus hijos, Adriana escribe: “La Argentina es uno de los pocos países donde la mujer procesada o penada tiene derecho a estar con su hijo en prisión hasta los dos años de edad. Luego pierde la patria potestad y el juez a cargo decide el destino del chico. Algunas veces, generalmente cuando queda poco tiempo de condena, permanece en la prisión hasta la liberación de la madre. Pero si la condena es larga y no hay ningún familiar que pueda y quiera hacerse cargo, es adoptado temporalmente por otras familias o internados en orfanatos”. 

Y continúa: 
“Estas fotos fueron tomadas en la cárcel No. 8 de Los Hornos, La Plata. Durante un año visité semanalmente el lugar para fotografiar a las mujeres que están presas con sus hijos. Pronto entendí que mis ideas sobre esta situación eran demasiado románticas: estar preso en un estado que excede el estar o no con un hijo. Los chicos que comparten el encarcelamiento de sus madres, por más importantes que puedan ser para ellas, juegan un papel secundario y silencioso. Es difícil saber al principio quién es hijo de quién. Algunos son queridos y cuidados, otros maltratados. Son lo único que las mujeres pueden poseer estando encarceladas. Hijos por dos años”. 

En 1995 la Fundación Guggenheim le otorgó una beca para permitirle seguir desarrollando uno de sus ensayos. También recibió en 1997 el premio de la organización Mother Jones de San Francisco, que reconoce los ensayos sociales. La Fundación Victor y Erna Hasselblad le dió una beca en 1991. Fue ganadora del Premio La Nación (1988), el Konex (2002) mientras que el Museo de Bellas Artes le otorgó el Premio Leonardo en 1998. 

La Colección Fotógrafos Argentinos, que dirige Gabriel Díaz, le publicó el libro “Mujeres presas” y La Azotea, de Facio y Orive, “Madres e hijas” gracias a una subvención de la Fundación Guggenheim. 
Todos esos premios, becas y reconocimientos no le han hecho perder de vista sus objetivos. Sigue siendo aquella mujer tímida e introvertida, con una visión profunda.