Sábado, 30 de Julio de 2011 06:00 Fernando Puche
DIARIO DE UN FOTÓGRAFO
29 de julio de 2011
Quizá alguien ahí fuera aún no se ha dado cuenta, pero nos ha caído un meteorito encima. Y no es uno cualquiera: es un enorme pedrusco justo sobre nuestras cabezas. Para Joan Fontcuberta ha tenido consecuencias similares a aquel que, hace millones de años, consiguió que finalmente desapareciesen los dinosaurios de la faz de la Tierra. El cambio, según él, ha sido lo suficientemente importante como para que la fotografía haya tenido que abdicar en favor de la post-fotografía. Y por si alguien no se había enterado, basta con pensar en el número actual de imágenes en circulación que está a nuestro alcance, y ese que manejábamos hace apenas un siglo. La diferencia es tan abismal que lo lógico sería sentir vértigo. Lo normal sería pensar que ya nada será igual.
En el suplemento cultural de La Vanguardia del 11 de mayo de 2011, Joan Fontcuberta nos lanzaba un decálogo postfotográfico (pág. 6) sobre esta nueva época en la que nos toca lidiar con una manera totalmente distinta de crear, mostrar, mirar y analizar fotografías. Ahora nadie puede argumentar que no se ha enterado, que estaba en el baño o que acaba de llegar, que suele ser lo más socorrido. Los puntos que más me gustan del decálogo son el primero (“... ya no se trata de producir obras sino de prescribir sentidos”) y el quinto (“... se deslegitiman los discursos de originalidad y se normalizan las prácticas apropiacionistas”). Aunque yo no creo que en fotografía esté todo hecho, como a veces se oye por ahí, es evidente que hace tiempo que se dejó de intentar fotografiar cosas nuevas (quizá ya no haya) y/o de una manera diferente. Dejar de lado la parte creativa obliga necesariamente a poner el énfasis en la narrativa y su acoplación dentro del discurso artístico. Lo que fotografiamos ya no es tan interesante (ni siquiera un poquito) como el por qué lo fotografiamos.
Pero aunque parezca mentira, esto tampoco es nuevo. Hace once años, los fotógrafos Bill Jay y David Hurn, escribieron a medias On looking at photographs (LensWork Publishing, Anacortes, 2000) y en él comentaban que “la mayor parte de las fotografías (...) ponen énfasis en el sujeto visto a través de la ventana de la imagen, mientras que la mayoría de las fotografías artísticas ponen el énfasis en la idea de la imagen (...) Lo que significa que mucho de la creación artística gira alrededor de los problemas de percepción, teorías estéticas, actitudes subjetivas de los autores, etc. El énfasis se ha trasladado del sujeto fotografiado hasta el artista y/o el proceso por el cual las imágenes son hechas.” (pág. 71). Bill y David supieron ver en su particular bola de cristal una tendencia que ya apuntaba maneras y que Fontcuberta ha certificado en su decálogo. Una vez que el discurso estético se ha agotado y, por tanto, los sujetos fotografiados carecen de importancia, hay que crear una nueva escala de valores que siga manteniendo el status artístico de las fotografías. Bueno, de algunas. Si ya no interesa tanto lo que ven los espectadores, hay que proponer una nueva lista de prioridades encabezadas por la causa y el proceso.
Y como las imágenes necesitan obligatoriamente de palabras para transmitir ideas concretas, se necesita un nuevo contexto donde ubicar todas esas disertaciones conceptuales que relegan la parte visual a un segundo plano. Y puesto que las fotografías artísticas ya no muestran nada nuevo, lo importante, tal y como señala Fontcuberta, es crear un discurso que otorgue sentido a esa imagen nada novedosa. Lo original ahora es encontrar el hueco exacto donde ubicar ese “nuevo” concepto. Crear imágenes ya no tiene ningún mérito, lo hace cualquiera y a cualquier hora; lo meritorio es darle un sentido a nuestras obras para que encajen en la red de significados que sigue tejiendo, y configurando, el mundo del arte. Y puesto que la estética parece haber muerto, uno se pregunta si volverá a reinar de nuevo algún día (como periódicamente hacen los pantalones de campana y las camisas de flores). Quizá cuando haya tantos significados en el universo artístico que uno más parezca una auténtica perogrullada. Cuando no se distingan unos de otros y se asemejen a veraneantes en una playa a mediados de agosto. En realidad importa poco. ¿Qué más da lo que sucederá en el mundo de la fotografía dentro de medio siglo?
Mis amigos dinosaurios saben todo esto y también que vivimos tiempos extraños. Hace años que ubicamos nuestras fotografías dentro de nuestra existencia. Hace mucho tiempo que les dimos un sentido. A ellas y al proceso de creación mismo. Son parte de nuestra vida y nos sirven para sentirnos mejor, para cubrir huecos que quizá nunca descubramos, para crear algo de lo que sentirnos orgullosos, para relacionarnos con el mundo de una manera distinta, para soportar la idea de una existencia finita que a menudo carece de sentido, para conocer algo de nosotros mismos de una forma mucho más placentera y algo más creativa, para descubrir que a través de la cámara el entorno en que vivimos puede ser diferente, para ponernos un disfraz que nos permita estar solos al menos durante un rato. En fin, la lista podría ser interminable. El caso es que parece haber una auténtica afición por darle sentido a todo lo que hacemos. El caso es que los tiempos están cambiando y nosotros seguimos queriendo sentir algo cuando hacemos fotos y también cuando las miramos.
Yo sé que no vamos a extinguirnos, al menos fotográficamente hablando. Que seguiremos creando imágenes y que seguirán formando parte de nuestra vida. Lo que está por ver es si seremos capaces de cambiar nuestra manera de hacerlas para integrarlas dentro de ese entramado de significados que necesita engullir diariamente nuevos sentidos. O al menos, si seremos capaces de cambiar el significado que tienen para nosotros y darle uno nuevo más acorde con los tiempos que corren. Podríamos hacer una apuesta, pero seguramente no sería una buena idea porque esta vez alguien podría hacerse rico, y casi estoy por asegurar que no seríamos ninguno de nosotros.
www.fernandopuche.net
Quizá alguien ahí fuera aún no se ha dado cuenta, pero nos ha caído un meteorito encima. Y no es uno cualquiera: es un enorme pedrusco justo sobre nuestras cabezas. Para Joan Fontcuberta ha tenido consecuencias similares a aquel que, hace millones de años, consiguió que finalmente desapareciesen los dinosaurios de la faz de la Tierra. El cambio, según él, ha sido lo suficientemente importante como para que la fotografía haya tenido que abdicar en favor de la post-fotografía. Y por si alguien no se había enterado, basta con pensar en el número actual de imágenes en circulación que está a nuestro alcance, y ese que manejábamos hace apenas un siglo. La diferencia es tan abismal que lo lógico sería sentir vértigo. Lo normal sería pensar que ya nada será igual.
En el suplemento cultural de La Vanguardia del 11 de mayo de 2011, Joan Fontcuberta nos lanzaba un decálogo postfotográfico (pág. 6) sobre esta nueva época en la que nos toca lidiar con una manera totalmente distinta de crear, mostrar, mirar y analizar fotografías. Ahora nadie puede argumentar que no se ha enterado, que estaba en el baño o que acaba de llegar, que suele ser lo más socorrido. Los puntos que más me gustan del decálogo son el primero (“... ya no se trata de producir obras sino de prescribir sentidos”) y el quinto (“... se deslegitiman los discursos de originalidad y se normalizan las prácticas apropiacionistas”). Aunque yo no creo que en fotografía esté todo hecho, como a veces se oye por ahí, es evidente que hace tiempo que se dejó de intentar fotografiar cosas nuevas (quizá ya no haya) y/o de una manera diferente. Dejar de lado la parte creativa obliga necesariamente a poner el énfasis en la narrativa y su acoplación dentro del discurso artístico. Lo que fotografiamos ya no es tan interesante (ni siquiera un poquito) como el por qué lo fotografiamos.
Pero aunque parezca mentira, esto tampoco es nuevo. Hace once años, los fotógrafos Bill Jay y David Hurn, escribieron a medias On looking at photographs (LensWork Publishing, Anacortes, 2000) y en él comentaban que “la mayor parte de las fotografías (...) ponen énfasis en el sujeto visto a través de la ventana de la imagen, mientras que la mayoría de las fotografías artísticas ponen el énfasis en la idea de la imagen (...) Lo que significa que mucho de la creación artística gira alrededor de los problemas de percepción, teorías estéticas, actitudes subjetivas de los autores, etc. El énfasis se ha trasladado del sujeto fotografiado hasta el artista y/o el proceso por el cual las imágenes son hechas.” (pág. 71). Bill y David supieron ver en su particular bola de cristal una tendencia que ya apuntaba maneras y que Fontcuberta ha certificado en su decálogo. Una vez que el discurso estético se ha agotado y, por tanto, los sujetos fotografiados carecen de importancia, hay que crear una nueva escala de valores que siga manteniendo el status artístico de las fotografías. Bueno, de algunas. Si ya no interesa tanto lo que ven los espectadores, hay que proponer una nueva lista de prioridades encabezadas por la causa y el proceso.
Y como las imágenes necesitan obligatoriamente de palabras para transmitir ideas concretas, se necesita un nuevo contexto donde ubicar todas esas disertaciones conceptuales que relegan la parte visual a un segundo plano. Y puesto que las fotografías artísticas ya no muestran nada nuevo, lo importante, tal y como señala Fontcuberta, es crear un discurso que otorgue sentido a esa imagen nada novedosa. Lo original ahora es encontrar el hueco exacto donde ubicar ese “nuevo” concepto. Crear imágenes ya no tiene ningún mérito, lo hace cualquiera y a cualquier hora; lo meritorio es darle un sentido a nuestras obras para que encajen en la red de significados que sigue tejiendo, y configurando, el mundo del arte. Y puesto que la estética parece haber muerto, uno se pregunta si volverá a reinar de nuevo algún día (como periódicamente hacen los pantalones de campana y las camisas de flores). Quizá cuando haya tantos significados en el universo artístico que uno más parezca una auténtica perogrullada. Cuando no se distingan unos de otros y se asemejen a veraneantes en una playa a mediados de agosto. En realidad importa poco. ¿Qué más da lo que sucederá en el mundo de la fotografía dentro de medio siglo?
Mis amigos dinosaurios saben todo esto y también que vivimos tiempos extraños. Hace años que ubicamos nuestras fotografías dentro de nuestra existencia. Hace mucho tiempo que les dimos un sentido. A ellas y al proceso de creación mismo. Son parte de nuestra vida y nos sirven para sentirnos mejor, para cubrir huecos que quizá nunca descubramos, para crear algo de lo que sentirnos orgullosos, para relacionarnos con el mundo de una manera distinta, para soportar la idea de una existencia finita que a menudo carece de sentido, para conocer algo de nosotros mismos de una forma mucho más placentera y algo más creativa, para descubrir que a través de la cámara el entorno en que vivimos puede ser diferente, para ponernos un disfraz que nos permita estar solos al menos durante un rato. En fin, la lista podría ser interminable. El caso es que parece haber una auténtica afición por darle sentido a todo lo que hacemos. El caso es que los tiempos están cambiando y nosotros seguimos queriendo sentir algo cuando hacemos fotos y también cuando las miramos.
Yo sé que no vamos a extinguirnos, al menos fotográficamente hablando. Que seguiremos creando imágenes y que seguirán formando parte de nuestra vida. Lo que está por ver es si seremos capaces de cambiar nuestra manera de hacerlas para integrarlas dentro de ese entramado de significados que necesita engullir diariamente nuevos sentidos. O al menos, si seremos capaces de cambiar el significado que tienen para nosotros y darle uno nuevo más acorde con los tiempos que corren. Podríamos hacer una apuesta, pero seguramente no sería una buena idea porque esta vez alguien podría hacerse rico, y casi estoy por asegurar que no seríamos ninguno de nosotros.
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